jueves, 10 de junio de 2010

Confiar y esperar

Mi querido Maximiliano:

Hay una falúa anclada para vos. Jacobo os llevará a Roma, donde el señor Noirtier espera a su hija para bendecirla antes de que os acompañe al altar. Todo cuanto hay en esta gruta, amigo mío, mi casa de los Campos Elíseos y mi castillo de Treport, son el regalo de boda que hace Edmundo Dantés al hijo de su patrón Morrel. La señorita de Villefort aceptará la mitad, pues le suplico dé a los pobres de París toda la fortuna que adquiera de su padre, loco, y de su hermanó, fallecido en septiembre último con su madrastra.
Decid al ángel que va a velar por vuestra vida, Morrel, que ruegue alguna vez por un hombre que, semejante a Satanás, se creyó un instante igual a Dios, y ha reconocido con toda la humildad de un cristiano, que sólo en manos de la Providencia está el poder supremo y la sabiduría infinita. Sus oraciones endulzarán quizás el remordimiento que lleva en el fondo de su corazón.
En cuanto a vos, Morrel, he aquí el secreto de mi conducta. No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo.
Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida.
Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!

Vuestro amigo,
Edmundo Dantés, Conde de Montecristo.


Durante la lectura de esta carta, que le revelaba la locura de su padre y la muerte de su hermano, Valentina palideció; un suspiro doloroso se exhaló de su pecho, y lágrimas que no eran menos amargas por ser silenciosas, rodaron de sus mejillas. La ventura le costaba bien cara.
Morrel miró a su alrededor con inquietud.
-Pero –dijo-- el conde exagera ciertamente su generosidad. Valentina se contentará con mi modesta fortuna. ¿Dónde está el conde, amigo? Conducidme a él.
Jacobo extendió la mano y señaló en dirección al horizonte.
-¡Cómo! ¿Qué queréis decir? --preguntó Valentina--. ¿Dónde está el conde? ¿Dónde está Haydée?
-Mirad --dijo Jacobo.
Los ojos de los dos jóvenes se fijaron en la línea indicada por el marino, y sobre ella, en el horizonte que separa el cielo del mar, distinguieron una vela blanca, grande como el ala de la gaviota.
-¡Partió! --exclamó Morrel--, ¡partió! ¡Adiós, amigo mío! ¡Adiós, padre mío!
-¡Partió! --murmuró Valentina--. ¡Adiós, amiga mía! ¡Adiós, hermana mía!
-¡Quién sabe si algún día le volveremos a ver! --dijo Morrel, enjugándose una lágrima.
-Cariño --repuso Valentina--, ¿no acaba de decirnos que la sabiduría humana se encierra toda ella en estas dos palabras?:
¡Confiar y esperar!

Final de "El Conde de Montecristo" . Alejandro Dumas. 

2 comentarios:

  1. q bueno vanesa! es uno de los mejores libros que he leido en mi vida

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  2. Gracias Pablo.
    Para mí es el mejor. Es mi libro "favorito" (no me gusta mucho esa palabra) desde hace años. Hasta ahora, y ya van casi tres décadas, no he encontrado ninguno que me gustara más, que me llenara tanto ni que aportara tantas cosas.
    Un besote.

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